Antropóloga social, PhD en Ciencias Sociales e investigadora del Programa Social de la Memoria de la Universidad de Chile, Loreto López está a cargo del estudio “Irrupciones de Memoria en el Chile actual, los usos políticos de la memoria del pasado reciente en las luchas contra hegemónicas del presente”. Aquí responde en qué consiste su investigación, cómo ésta se ha enlazado con las últimas movilizaciones sociales desde el 2019 y algunos de los resultados que ya visualiza tras su trabajo etnográfico.

¿En qué consiste su investigación sobre memoria y movimientos sociales en Chile?

-La investigación “Irrupciones de Memoria en el Chile actual, los usos políticos de la memoria del pasado reciente en las luchas contra hegemónicas del presente” busca vincular dos campos de estudio que han estado relativamente separados: el campo de las memorias colectivas con el de los activismos y los movimientos sociales. Considerando a estos últimos como todos los activismos políticos y sociales, todas las acciones sociales organizadas y concertadas en torno a algún tema específico y que buscan cambiar una situación en el presente.

¿Por qué se habla de irrupciones de memoria ¿Puede explicarnos el concepto?

-Yo trabajo con el concepto de irrupciones de memoria, tomado de Alexander Wilde, entendiendo en el Chile actual hay distintos movimientos a los que llamo contrahegemónicos, que a través de diversos acontecimientos y situaciones de la contingencia y también por los temas que trabaja cada uno de estos movimientos, han logrado recomponer o reposicionar una visión del pasado, sobre todo de la dictadura, que excede la visión crítica de la dictadura basada en las violaciones a los DDHH. Lo que estoy observando es una construcción de memoria pública que excede a la tortura, la muerte y la desaparición como recuerdos centrales de las memorias trágicas de la dictadura, para enfocarse en otros daños padecidos por la sociedad en su conjunto. Todo ello gracias a la crítica que ofrecen movimientos como No +AFP, Ukamau, Por la Recuperación del Agua y los Territorios, y también el Movimientos por la Educación Pública y de Calidad, del 2011, que lamentablemente ha tenido un menor protagonismo en los últimos 5 años, pero que marca el inicio del gran ciclo de movilizaciones sociales.

¿Qué importancia tiene estudiar estos movimientos contrahegemónicos y su mirada alternativa de la memoria pública de la dictadura?

-Es importante, porque permiten complejizar las luchas por la memoria del pasado reciente, problematizando experiencias que habían quedado eclipsadas por la forma en que se había estructurado ese debate. Las memorias trágicas de la dictadura, así como aquellas que la recuerdan como un período de gran progreso y estabilidad, diríamos “memorias felices”, dejaban por fuera la experiencia de cambios estructurales propios del modelo neoliberal implantado por la dictadura y consagrado por la transición. En este sentido las memorias que construyen los movimientos sociales, a grandes rasgos, ponen el foco en esas transformaciones estructurales orientadas por una lógica neoliberal, que se vuelve hegemónica, y que afectan la vida de chilenos y chilenas con independencia de si fueron víctimas o no de las violaciones a los DD.HH.

¿Hablamos de las otras víctimas de la dictadura, de su modelo?

-No estoy tratando de decir -y tampoco han conducido hacia allá los hallazgos de la investigación- de que hay un nuevo tipo de víctima, porque esa categoría ya está ocupada, podríamos decir. De hecho, eso es algo que exploré en mi tesis doctoral sobre el recuerdo de la experiencia del miedo en personas que no fueron víctimas de violaciones a los DD.HH. Acá (hablamos de otra cosa). Se trata de ofrecer una memoria crítica de la dictadura, que alcanza una mayor transversalidad social que la memoria forjada sobre la experiencia y las memorias de las víctimas.

-¿En qué se basa esa memoria crítica y por qué no ha sido considerada?

Esta memoria se basa en una contestación a las condiciones del presente. Como todos los movimientos sociales, los ya mencionados están cuestionando situaciones específicas y actuales, pero que tienen un origen en el pasado reciente, como el sistema de pensiones, los cambios al Código de Aguas o el Plan Nacional de Desarrollo Urbano. Quizás hasta hace poco no había interés en estudiar estas memorias, porque el cruce entre los campos de estudio de las memorias y los movimientos es reciente, porque además en nuestra región había prevalecido un posicionamiento ético de la investigación alineado con la necesidad de reconocimiento de las violaciones a los DD.HH., y porque también el campo estaba dominado por la idea de lo traumático y doloroso, muy centrado en las vivencias personales y en los procesos terapéuticos, con lo cual este tipo de actores sociales, que son los movimientos, rompe mayormente.

¿Qué metodología ha usado para investigar a estos movimientos y sus discursos de memoria?

-Para proseguir esta investigación lo que he hecho es seguir un camino más bien etnográfico, que hace uso de diversos recursos que -para mí- resultan significativos en base a la pregunta de cómo se construye una nueva memoria de la dictadura basada en la acción política de estos movimientos. Es un camino etnográfico, porque es un camino múltiple, de distintos recorridos, donde se reconoce que las acciones públicas de los movimientos, las vocerías, las entrevistas, las marchas, las protestas, las declaraciones, y los documentos que estos movimientos producen, contienen y proponen una visión del pasado, que se sustenta en un supuesto teórico de que toda transformación del presente demanda una visión del pasado, requiere una articulación del pasado.

¿En este caso de la dictadura de Pinochet?

-Sobre todo de la dictadura, pero también de los últimos 30 años, que ya parece un sentido común después del 18 de octubre (2019), pero que, para cuando formulé la investigación a fines del 2018, no era tan obvio que se construía una memoria critica de los últimos 30 años, o sea, que podíamos pensar en el pasado reciente incluyendo dictadura y transición. No era tan evidente antes del levantamiento social de octubre, era algo que se conversaba, pero hablar de una memoria de la transición no era algo en lo que se estaba avanzando, y en eso creo que en el Programa Psicología Social de la Memoria hemos sabido leer bien hacia dónde se mueve la memoria.

¿Entre las múltiples fuentes informativas incluyen entrevistas con estos movimientos?

-Este camino (de investigación) se hace a través de distintos recorridos haciendo uso de lo que los movimientos exponen públicamente y también realizando algunas entrevistas con integrantes de los movimientos, no necesariamente sus voceros. No es básicamente una estrategia centrada en entrevistas, además es importante destacar que siendo yo misma una activista del campo de la memoria y los DD.HH., invito a quienes considero también compañeras y compañeros a una conversación sobre lo que he ido encontrando y analizando, y que es un trabajo de memoria que se despliega en las distintas acciones políticas que realizan los movimientos en el espacio público.

-¿Vuelve a sus orígenes como antropopóloga?

Sí, vuelvo un poco a mis orígenes como antropóloga y a pensar qué es la realidad que está frente a nosotros. Somos nosotras quienes nos hacemos preguntas sobre lo que ocurre diariamente, y por eso yo estoy siempre muy atenta. Para mí todo se traduce en una mirada sobre la memoria, de alguna forma “veo” memoria en todas partes. Esas son las preguntas que yo le hago a los documentos, a las entrevistas, a los eventos públicos. Estoy muy atenta, incluso en la pandemia, pues se hicieron muchos eventos públicos en línea, a los que también pude asistir. Tengo un repositorio de eventos públicos en línea y es muy interesante ver que los asistentes vienen de distintas partes de Chile, algo que antes no se podía, y cómo a través de estas actividades públicas, hay también un ejercicio del recuerdo. Por ejemplo, en el caso de NO+AFP, la pregunta por el futuro, por la pensión, impone una pregunta por el pasado. La gente comienza a recordar en qué momento entra al sistema de AFP, por qué lo hace, cuáles fueron las circunstancias de esa decisión, y si efectivamente fue una decisión o fueron forzadas, cosa que se dio en muchos casos. Por eso utilizó el concepto de irrupción de memoria. Todo movimiento contestatario es contestatario también a un pasado que ha permitido que se sostengan ciertas relaciones de poder en el presente.

¿Puede darnos un ejemplo?

-Lo hemos visto en el caso de las denuncias por acoso sexual, sobre todo contra mujeres.  Tú ves en las redes sociales que las mujeres comienzan a contar, comienzan a hablar de su pasado de manera pública. Es decir, ponen un recuerdo, un relato personal en un contexto político colectivo más amplio que tiene que ver incluso con las luchas feministas. Entonces es súper interesante cómo aquí se articula el concepto de memorias sueltas y las memorias emblemáticas que propone (Steve) Stern. Es decir, hay memorias sueltas que hoy día empiezan a encontrar un lugar, porque hay una voz pública como la del movimiento, que les ofrece un marco para colocar esos recuerdos que estaban sueltos, organizarlos y ponerlos al servicio de un proyecto transformador, como puede ser la igualdad de género, o los que proponen los distintos movimientos que yo analizo, que además apuntan a pilares del modelo instalado por la dictadura. A pilares que tienen incluso, leyes, códigos y decretos en los cuales se sustentaron y que están bien descritos por la Fundación Sol.

¿Por eso es importante la opción etnográfica?

-Si, me interesa valorar esa estrategia como una experiencia fundamental que caracteriza a la antropología al interrogarse sobre la realidad social, con las preguntas que se ha interpuesto, pero con el ojo en aquello que ya está y que ya ha sido producido socialmente. Más que hacer una producción específica, intensiva, de entrevistas o grupos de conversación, por ejemplo. Lo que nos propone la etnografía, es ir hacia el fenómeno y sus protagonistas, en vez de atraerlos hacia la investigadora. Lo que he hecho, por ejemplo, es levantar documentación de cada uno de los movimientos, documentación pública, apariciones, etc, a través de un registro bibliográfico. Luego estoy trabajando con una aplicación de líneas de tiempo, donde trabajo dos dimensiones de la relación entre memoria y movimientos sociales o activismos. Por un lado, la memoria que construyen sobre el pasado reciente cada movimiento y la memoria del propio movimiento, cómo se fue desarrollando. Y esto último tiene que ver más con el propio movimiento y su capacidad de reproducción, etc. Y ver finalmente cómo se usa la memoria que teóricamente -en términos muy generales- se usa para cambiar el presente y proponer un futuro alternativo.

¿Eso es lo que proponen estos movimientos?

-Bueno, cada movimiento propone transformaciones en distintos ámbitos de la vida, y que en su conjunto se han ido organizando bajo un discurso por la garantía y acceso a determinados derechos sociales, que se habrían perdido en un momento de la historia. De hecho, varios de estos movimientos se habían agrupado el 2017 en un conglomerado efímero que se llamó Plataforma por los Derechos Sociales, que sin duda mutó a Unidad Social, y ha seguido mutando. Más allá de la orgánica, ello demuestra que hubo una lectura de fines o metas compartidas y, en parte, de una memoria similar. También el proceso constituyente ha provocado que cada movimiento se esfuerce por comunicar muy claramente su ideario y lo que propone para el futuro. Otro evento importante en este contexto fue el Acuerdo del 15 de noviembre, pues forzó posicionamientos que hicieron evidentes memorias referidas a los últimos 30 años, una evaluación de la política y las limitaciones del sistema político. Incluso, y esto es sólo una hipótesis, es posible que esas memorias del Acuerdo remitan a otros acuerdos y episodios recordados con frustración por una parte de los actores sociales y políticos, como fue el Acuerdo Nacional del 85.  Sobre eso también estoy trabajando, porque el Acuerdo de noviembre constituyó, sin duda una irrupción de memoria.