Magíster en Psicología Social (Colombia) y tesista de doctorado en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, Margarita Vélez Maya es autora de la investigación doctoral: “Memorias de activistas sobre procesos transicionales: los casos chileno y colombiano”. Un trabajo dirigido por la PhD. Isabel Piper y vinculado al Fondecyt: «Memorias de la violencia política en la transición a la democracia en Chile construida por activistas que la ejercieron durante dicho período». En el marco de su tesis, la investigadora del Programa de Psicología Social de la Memoria acaba de publicar un estudio sobre producciones narrativas de cuatro activistas, en las que entrega luces sobre cómo los Estados han tratado de gestionar sus pasados violentos imponiendo un discurso y modelo de sociedad hegemónico, que hoy -más que nunca- exige revisiones desde la sociedad civil.

-Desde qué campo y cómo se estudian los procesos transicionales que viven los países?                                                         -En América Latina y -en general- en el mundo, se han producido diversos movimientos o procesos de cambio en la historia reciente: de dictaduras militares a democracias, de conflictos armados a post conflictos, de guerras civiles a procesos de democratización o a procesos de paz, etc. En el marco de estos distintos movimientos de cambio se ha configurado un campo de estudio que ve cómo los gobiernos deben orientar estos procesos de cambio. Y ahí emerge un campo que algunos autores llaman la “transitología”, que es el desarrollo teórico que se produce en las Ciencias Políticas o en la Sociología Política para entender estos procesos a nivel macro políticos y cómo deben ser orientados. Por supuesto esto tiene un correlato en el lenguaje político de las distintas sociedades y vemos -como ocurrió en Colombia- que cualquier movimiento de un pasado de violencia a un momento de paz o de democratización es nombrado como un proceso de transición, aunque en su origen se hablaba de transiciones políticas sólo cuando había una referencia específica al paso de dictaduras a democracias.

– Un tema recurrente en estos procesos es la reparación o justicia tras períodos de violencia.                                             -Sí, hay otro campo que se conoce como la “justicia transicional”, que parte de la preocupación específica de cómo las sociedades deben gestionar sus legados de violencia de esos pasados que intentan superar. Son parte de ese legado, por ejemplo, las sociedades que han sufrido violaciones a los DD.HH., pero también lo son los discursos de los poderes hegemónicos de nuestras sociedades, que producen un relato en el que la violencia queda atrás y se termina. Es así como el campo de la “justicia transicional” se ha configurado, también, un aparataje legal, institucional, de prácticas y discursos, por medio de las cuales las sociedades en transición gestionan el pasado de violencia. En ese contexto es en el que surgen las Comisiones de la Verdad, los Museos de Memoria, las leyes de reparación, etc.

-Su investigación incorpora una mirada crítica a esos modelos de transición. ¿Por qué?                                                         -Hay perspectivas que, desde una esfera crítica, plantean que estos dos ámbitos de pensamiento (transitología y justicia transicional), han configurado lo que diversos autores críticos llaman un “paradigma transicional”. Y que es partir de ese paradigma transicional que las sociedades han orientado sus procesos de cambio. Desde algunas perspectivas críticas al paradigma transicional no se comparte que éste conciba las transiciones como procesos lineales, donde se entienden los procesos de tránsito como procesos por etapas, y dónde las transiciones siempre son leídas como dicotómicas en el sentido que plantean un antes y un después: dictadura-democracia, conflicto-postconflicto, etc. Desde estas perspectivas críticas, Alejandro Castillejo, antropólogo colombiano, plantea, por ejemplo, que este paradigma transicional ha devenido en un modelo globalizado de gestión de conflictos que se aplica en contextos locales sin tener en cuenta sus especificidades. También se argumenta que este paradigma, se ha producido particularmente desde puntos de vista disciplinares, desde las Ciencias Políticas o la Sociología Política, atendiendo a niveles de análisis macropolíticos, sin tener en cuenta cómo estos procesos se intersectan, por ejemplo, en las vidas cotidianas de las personas que viven esas transiciones.

-En su investigación, plantea un vínculo entre esta perspectiva crítica de las transiciones y el campo de la memoria colectiva.                                                                                                                                                                    –Efectivamente. Esta intersección es relevante, porque una operación fundamental de estos discursos y saberes transicionales es situar en el pasado toda referencia a las violaciones a los Derechos Humanos ocurridas en esos periodos que se intentan superar. Sin embargo, construir memorias de las transiciones permite tensionar esta idea de naciones reconciliadas, libres de conflictos y violencia política. Yo trabajo desde una concepción de la memoria como proceso y producto construido a través de las relaciones y prácticas sociales. Tomo como referentes teóricos los trabajos de Halbwachs, la propuesta de Felix Vásquez y toda la línea que se ha desarrollado desde el Programa de Psicología Social de la Memoria en Chile.

– ¿Cómo abarca ese paradigma transicional en los procesos de Chile y Colombia que usted investigó?                 Parto de tres supuestos. El primero es que tanto el proceso transicional chileno como el colombiano se conducen bajo la lógica de un paradigma transicional a partir del cual se orientan los procesos de cambio político en los últimos años en el mundo. Y que este paradigma se levanta sobre discursos hegemónicos que instalan una idea de avance hacia un cambio de sociedad, situando la violencia como algo en el pasado. El segundo plantea que, tanto en Chile como en Colombia, hay activismos territoriales locales, que asumen posicionamientos críticos frente a esos discursos hegemónicos y que se sitúan en los márgenes de esas nuevas políticas de la transición, generando tensiones y socavamientos de esos discursos hegemónicos. Por lo tanto, estudiar sus memorias en torno a esas transiciones, permitirían complejizar la comprensión de estos procesos a partir de los cuales se instalan estas sociedades y en el marco de las cuales se proyectan hacia el futuro. Y tercero, postulo que es posible establecer diálogos entre las memorias que se construyen en Colombia y Chile respecto a estas transiciones, ya que, pese a que son contextos completamente distintos y con activismos que se expresan de manera totalmente diferente, pertenecen a transiciones que se orientan bajo un modelo global. Pienso que es posible plantear estos diálogos para poder problematizar cómo desde dicho modelo de conduce el cambio social en estos países. Asumiendo estos supuestos, me oriento bajo la pregunta sobre qué memorias construyen los activistas en torno a los procesos transicionales, tanto en Chile (dictadura a la democracia) como en Colombia (conflicto armado al proceso de paz), a partir de esta pregunta busco estudiar las memorias construidas por activistas en torno a estos procesos transicionales.

– ¿Qué metodologías ha usado para acercarse a esas memorias?                                                                                                   -Uno de los objetivos de mi investigación es caracterizar los discursos transicionales para lo cual estoy analizando los spots de la campaña del Sí, en Colombia, y del No, en Chile, para ver cómo se construyen los discursos transicionales en cada país, en ese momento específico de los plebiscitos, en que se genera una alta politización y discusión política respecto de la idea de la transición. Otro objetivo es analizar esas memorias construidas por los activistas, en torno en las transiciones en cada país, y para hacerlo he usado una metodología que viene del campo de las epistemologías feministas, que se llama Producciones Narrativas. Estoy trabajando en ambos países con activistas que se posicionan críticos frente a los discursos transicionales, que hacen un trabajo de base territorial en ambos países. Para hacer estas narrativas, tuvimos varias sesiones de conversación con las y los participantes en torno a diferentes aspectos del tema de las transiciones. Estas conversaciones fueron textualizadas y discutidas con las participantes, construyendo una narración sobre el pasado, a partir de un proceso reflexivo entre participantes e investigadora.  Y, por último, en la investigación pretendo establecer diálogos entre los discursos hegemónicos por países a través de las memorias que construyen estas activistas.

Usted acaba de publicar una compilación de estas Producciones Narrativas. ¿Puede contarnos en qué consisten y hacia donde miran esas memorias?                                                                                                                                                      -El texto «Memorias Polifónicas de Tránsitos Políticos» es una compilación de las cuatro Producciones Narrativas que realizamos en el marco de esta investigación. Dos de ellas las hicimos en Chile y dos en Colombia. En este último país trabajé con una activista feminista de Medellín, Luisa García, que trabaja especialmente en los territorios de Necoclí y Tumaco, y que desde su trabajo y su posicionamiento crítico, hace un análisis a la transición colombiana que ella titula: “Transitar hacia el cuidado”. Esta es una narrativa que problematiza la transición en Colombia, analizando sus promesas incumplidas, la continuidad de diversas formas de violencia (estructurales, armadas, del narcotráfico) y desde el feminismo propone pensar la noción de cuidado como acción política para pensar otros horizontes políticos hacia donde se debe transitar en el país. También trabajé con Davison Zapata, que hace su trabajo en el barrio La Honda de Medellín, que está situado en la periferia de la ciudad y que hace una lectura crítica a este proceso de paz, que titula: “Desde el Barrio”. Este activista, realiza una problematización muy interesante sobre la idea de paz, que se construye en Colombia en el proceso transicional, desde las memorias de los procesos que han sido llamados de “pacificación”, que ha vivido la ciudad de Medellín en barrios como la Honda o la Comuna 13 y que se han caracterizado por ser intervenciones violentas de fuerzas armadas del Estado en estos lugares. En Chile, me entrevisté con la activista Francisca Fernández, que en transición estuvo vinculada a luchas que tienen que ver con lo medio ambiental, con la reivindicación de la cosmovisión andina, el trabajo poblacional, etc. cuya narrativa se titula: “En los noventa luchamos bailando”. En esta narrativa se problematiza la idea de democracia que se configura con la transición política y se plantea que esta se constituyó en una política del engaño. Los activismos de la época, según argumenta la autora, lucharon para desbaratar esta política del engaño. Y con Roberto Carrera, un activista que cuenta su trayectoria desde Arica, desde este lugar de frontera, y que cuenta cómo al llegar a Santiago se encuentra con una capital neoliberalizada en ese momento de transición, en su narrativa titulada: “Y una cigarra que sigue cantando”.

¿Qué criticas tienen los activistas respecto de los discursos transicionales que se les han impuesto desde la élites?                                                                                                                                                                                                              – En las producciones narrativas aparecen algunas líneas de análisis de las transiciones para abordar en clave crítica estos discursos. Por un lado, hay tensionamientos y difracciones de la noción misma de transición, estas memorias nos propones miradas interesantes en cuanto a la idea de múltiples transicionalidades, en el sentido de que no es posible pensar en una única transición, que es lo que pasa en Colombia, donde históricamente se han vivido distintos procesos de negociación con actores armados, pero se habla de transición a propósito del conflicto con la FARC. También está la idea de continuidades y rupturas, respecto a las distintas formas de violencia que se expresan en los distintos territorios. Por ejemplo, en Chile se habla de cómo los pueblos originarios, históricamente, han vivido formas de violencia estructurales y que en el fondo decir que la transición es una ruptura con la violencia es no conocer esas otras formas de violencia estructural. Hablar de la transición como el fin de la violencia represiva es no reconocer la violencia de Estado que continúa presente en la transición. En el caso de Colombia es entender por qué se habla de transición si los distintos territorios siguen militarizados, con presencias de actores armados estatales y no estatales que continúan violando los DDHH. Otro elemento que se tensiona en las narrativas es la idea de paz y de democracia. En Chile, esto también ocurre cuando se habla que se volvió a la democracia, pero se cuestiona qué tipo de democracia se construye.

Estas narrativas critican el discurso oficial ¿pero proponen, además, una nueva mirada de sociedad?                                                -Las cuatro producciones narrativas tienen también una dimensión propositiva. No solo están haciendo un cuestionamiento a la forma en cómo se entienden las transiciones, sino que también están repensando cuáles deberían ser los horizontes políticos de estas transiciones. En Colombia, se plantea la idea de transitar hacia el cuidado de la vida y lo que se está argumentando esta narrativa es cómo las fuerzas políticas transicionales continúan produciéndose desde una lógica heteropatriarcal, que se caracterizan por políticas de control y militarización de los territorios, por ejemplo. Por tanto propone considerar las distintas experiencias a nivel local, comunitarias y de los distintos activismos que nos enseñan sobre prácticas de cuidado. Otra de las narrativas también realiza una relectura pensando en que la dirección de las transiciones es de arriba hacia abajo, es decir se trata de procesos que se caracterizan por ser verticales, donde las decisiones se toman entre élites políticas. La propuesta es que estos procesos se produzcan de abajo hacia arriba y que se abran posibilidades de construir colectivamente este proyecto de qué tipo de vida queremos, más que esta lógica que tienen los procesos transicionales que es esta lógica de imposición de un proyecto de futuro.  Por último, un eje a considerar es el papel fundamental de la memoria en estas miradas críticas respecto a los procesos transicionales, porque permiten establecer trazabilidades históricas. También se puede ver cómo a través de las memorias se alimentan las distintas experiencias de activismos, en tanto que, en las narrativas se pueden ver articulaciones con otras luchas, actualizaciones o reinterpretaciones de luchas pasadas, etc.

-¿Cómo se enlazan estas narrativas de activistas y sus propuestas de futuro con los estallidos sociales tanto en Colombia como en Chile desde el 2019?                                                                                                                                           – Las narrativas que realicé en Chile se produjeron justo en el contexto del estallido social entre 2019 y 2020, por eso, en ambas aparece la referencia y la vinculación de este momento con sus memorias de la transición. En una de las narrativas se analiza el slogan “no son treinta pesos, son treinta años”, para plantear que las memorias que se ponen en juego en el estallido, apelan directamente a la transición, argumentando que en ésta se consolida el modelo neoliberal y todas las violencias estructurales que éste supone, mostrando nuevamente que la transición no significó el fin de la violencia, como es su promesa. Por otro lado, se argumenta una cuestión muy interesante y es que las luchas sociales de hoy no pueden ser pensadas sin reconocer las trayectorias de los activismos y de politización en Chile. En estas narrativas se tensiona la idea que circula en ciertos espacios académicos, de que en la transición en Chile no ocurrió nada en términos de movilización social y se refieren las luchas contra el modelo neoliberal y las resistencias al mismo, desde entonces. Por tanto, se plantea que para poder entender el estallido social, hay que hacer memorias de las luchas en el país. Por último, se argumenta, que este estallido en Chile abre una nueva posibilidad de pensar en otros futuros posibles, sin embargo, atender a las memorias de la transición permite ver que estos proyectos de futuro deben ser construidos colectivamente, desconfiando de las élites políticas, los partidos tradicionales y sus pactos. Por otro lado, en Colombia, justo ahora estamos asistiendo a un nuevo levantamiento social, producto, en principio, de una reforma tributaria que presentó Iván Duque, en un momento en el que el país está en una crisis económica enorme producto de la Pandemia y de la mala gestión del gobierno actual. Duque y su partido de gobierno, llegan al poder construyendo un relato en el que se problematiza el acuerdo de paz y al desaparecer del escenario político las FARC, se hacen más evidentes las desigualdades sociales, así como la negligencia y la desidia del Estado. Al mirar las motivaciones de la gente para salir a la calle, en medio de un momento en el que el país enfrenta las mayores cifras de contagio y con el sistema hospitalario colapsado, no sólo aparecen demandas vinculadas con esta reforma tributaria, sino también con el incumplimiento de los acuerdos de paz, el asesinato sistemático de líderes y lideresas sociales, la fumigación con glifosato que sigue enfermando a la población campesina y acabando con sus cultivos y animales, el tema del fracking, etc. Las narrativas de Colombia señalan justamente que en la transición al postconflicto no se cuestiona, desde sus fundamentos, las violencias estructurales, producto de un modelo económico y político de corte neoliberal. En las narrativas se argumenta que estas políticas no están orientadas hacia el cuidado de la vida y desde las bases sociales, y que un tránsito hacia la paz, debería suponer un giro en esa dirección.